domingo, 5 de septiembre de 2010

Se podría haber dicho que la niña era pequeña. Pero al fin y al cabo era la primera niña que Cancamusa veía, así que no tenía muy claro si su tamaño era el usual, y no había nadie más en el claro para dar su opinión.La niña tenía rizos, unos rizos negros que se movían sin viento, gracias a sus sollozos. Estaba llorando aunque él le había mandado,ya desde la mañana en que lo descubrió, todas las señales psíquicas que conocía para que se tranquilizara. Para que fuera incapaz de dudar de su propia fe ( porque ella había creído en cuanto lo vió, cosa muy poco común). Era muy importante que confiara en él.

-¿Has oído hablar alguna vez de  los príncipes encantados? esos que cuando las princesas los besan, dejan de ser lo que fuera en lo que se habían convertido, para  volver a su estado real (nunca mejor dicho).
La niña dejó de gimotear y lo miró con curiosidad.

-Ajá.

-Bueno, pues no es mi caso. Yo soy exactamente lo que ahora ves, pero si quisieras, podría convertirme en príncipe.

La niña pareció meditar la oferta muy seriamente.

-¿Los príncipes son chicos?-preguntó arrugando la frente.

-Bueno....al principio si.Claro.

-Pues entonces no te molestes, los chicos apestan.

Cancamusa parapadeó.Había conocido a un buen número de principes y de chicos y no podía decir que no estuviese de acuerdo, pero se "suponía" que a las niñas pequeñas les encantaban los príncipes. Aunque de nuevo se recordó, que este era el primer especímen de niña que conocía. Por lo menos ahora tenía las mejillas secas.

-¿Para qué has traído el tarro con luciérnagas?
-Para darme luz. Mamá no me deja usar la linterna nueva de Papá.

"Al menos" reflexionó el ser "tiene un uso de la lógica exquisito, muy a lo Alicia en el país de las maravillas".

-La maleta la he traido porque me he escapado, por si te interesa saberlo-comentó la niña,desafiante. Sín duda  pensaba que Cancamusa se escandalizaría ante una información de tal calibre. Cancamusa volvió a acicalarse las patas. Odiaba el polvo de los bosques reales.

-No me extraña que te hayas escapado, si no te dejaban usar la linterna.

La niña abrió la boca en un minuto de desconcierto, pero se rehizo rápido y cabeceó afirmativamente.

-Además no me creyeron cuando les dije que te había visto. Me dejaron sin postre por mentir

-¿Era un postre muy bueno?

-Helado de fresas

- Que injusticia.

Ambos se quedaron mirando al suelo, sin saber que decir a continuación. Un búho ululó cerca del claro. Las luciérnagas hacían eses en su cárcel de cristal.Cancamusa se aclaró la garganta.

-Sabes porqué estoy aquí?
-Claro que sí, has venido a contarme un cuento.

"Así que se acuerda" se dijo Cancamusa "estupendo, esto lo hará todo mucho más fácil".

-Érase una vez hace cientos de años.....

sábado, 4 de septiembre de 2010

Encuentro en el bosque

Hizo su equipaje de forma rápida pero eficaz, sin olvidar al señor conejo.En su saquito de la merienda llevaba un sandwich de paté de salmón y una cantimplora llena de limonada rosa. La maleta era pequeña, con un forro estampado de cuadros marrones y verdes, pero sus cosas tampoco ocupaban mucho espacio.Se puso su vestido favorito y el broche de perlas de mamá, ese que ella nunca le dejaba. Con un frasco de cristal lleno de luciérnagas, se internó en el jardín, y más allá de la valla blanca, en el bosque de álamos donde había visto a la criatura. Aunque el corazón le latía en el pecho más fuerte de lo que nunca le hubiera latido, no se asustó, la criatura (no entendía como pero lo sabía) no era peligrosa.

El bosque olía a humedad y animales.Las ramitas crujían a su paso, en un silencio lleno de insectos y aves nocturnas. Sacó al señor conejo de la maleta y peinó su suave pelo gris.Abrazándolo se sentía mucho mejor.

-No hay de qué tener miedo Sr. Conejo...hemos estado aquí muchas veces
-Nunca de noche-dijo una voz.

Helada de terror, se giró en el claro al que había llegado. La luna iluminaba los troncos desnudos de los árboles y algo más.

 La criatura tenía un pelajo dorado, largo, que caía en sedosos mechones desde su lomo hasta el suelo.Un par de alas poderosas cubrían un cuerpo parecido al de un león. Un león que midiese 2 metros de cruz  y poseyese la cabeza de un tigre grande, con ojos de búho. Su boca se abrió y una lengua roja y reptiliana limpió una de sus zarpas afiladas. La cola, parecida a la de una iguana, se balanceaba de un lado a otro.

-Puedes llamarme Cancamusa.